sábado, 26 de abril de 2014

El viejo ministro y su pasión por coleccionar vírgenes


¿Coronación?
¡No!
Condecoración

El viejo ministro y su pasión por coleccionar vírgenes
La tierra se estremeció y el hombre que se encontraba echado durmiendo la siesta abrió con pereza el ojo derecho, ¿para que molestarse en hacer más aspavientos? había vivido ya tantos movimientos sísmicos que uno más no causaría daño, medio pensó. Estiró el brazo derecho —tenía por costumbre dormir apoyado en el lado izquierdo para dejar muy despejado todo el lado derecho—  con la misma lentitud con que un, Alimoche común, estira el ala para despojarse de los piojos, el ministro, lo hacía para agarrar por el cogote la botella de ron que había dejado sin acabar la noche anterior.
Un sorbo largo, seguido de un eructo en tono grave, acabando por un pedo largo y sonoro era el inicio del ritual, un, dos, tres y ¡arriba! Acto seguido las nombraba a todas y por orden alfabético para no confundirse. En ocasiones el ron le jugaba malas pasadas y se dejaba atrás uno que otro nombre, ¡Ah! pero esos olvidos eran siempre momentáneos, ya que, en cuanto miraba su rostro puro y casto, venían a su mente todos los nombres a tropel, “Virgen del amor” “Virgen del deber” “Virgen de la dedicación” “Virgen del desvelo” “Virgen de la hermandad” “Virgen del honor” “Virgen de la preocupación” “Virgen del sacrificio” “Virgen de la solidaridad” “Virgen de la verdad” A la virgen del trabajo no le había conferido aún merito alguno ya que si así fuera esto le hubiera obligado a dejar el mal habito del no hacer nada, la siesta, el ron y las mujeres de vida alegre. Él sobre todas las cosas quería honrar a las suyas, símil de mujeres, petrificadas, de ojos fijos, cara al sol.  Alzadas sobre enormes pedestales, jóvenes, fieles, castas, honradas, en una palabra santas.
Cada día, en cuanto la luz y el ron se lo permitían abría el viejo baúl donde atesoraba las medallas de antiguas batallas, cerraba el ojo derecho que era el que solía abrir, metía la mano derecha y en ese acto de azahar como en una bola de  sorteo de la muñeca "chochona" sacaba, no el numero premiado, pero sí lo más grande, la medalla para condecorar a la más bella, santa de la semana. Así transcurrían los días sin gloria de un hombre que su única ilusión era dormir, beber, eructar, pederse, follar y condecorar en horario matinal, vespertino y nocturno, hasta la semana siguiente cuando otra vieja y oxidada medalla cubría el pecho de otra joven pura, casta y fría como el yeso.
Bibliografía
“Alimoche común” ave de rapiña